Estrella – El Palacete – Cuevas de Almanzora

Hace tiempo, tuve la suerte de asistir a la conferencia de un premio nobel de astrofísica que empezó diciendo, ante el asombro y desconcierto de todos los asistentes,
“La vida en este planeta es posible gracias a que el Sol y la Luna tienen el mismo tamaño”.

Obviamente no son del mismo tamaño, aunque a simple vista en el cielo parezcan serlo.

Lo que si resulta igual es la influencia gravitatoria que ejercen sobre nuestro querido mundo. Curiosamente, la distancia media entre la Tierra y el Sol es de 108 soles.

Y la distancia media entre la Tierra y la Luna es de 108 lunas. Interesante, ¿verdad? Hay más. El diámetro del Sol es 400 veces mayor que la Luna, y el Sol está 400 veces más lejos que la Luna. Nuestro sistema solar está lleno de coincidencias asombrosas que han llevado a los científicos a afirmar que parece obra de un diseño inteligente ideado para albergar y desarrollar la vida.

Por ejemplo, la Luna ha ejercido una labor clave para estabilizar nuestro bamboleante planeta, y ralentizar sus ciclos lo suficiente como para que el caldo de la vida pudiera desarrollarse sin cocerse o congelarse.

Sin la Luna, el Sol, y las estrellas no habría vida en la Tierra.

Todo nuestro sistema solar, con sus planetas, tanto los gigantes exteriores como los rocosos interiores, actúa como el fuselaje de una inmensa nave espacial en la que nuestro planeta azul es la cabina, que rota a más velocidad que el sonido, y viaja por el borde exterior de la Vía Láctea a un millón de kilómetros por hora. El Sol es la fuente de energía de este vehículo espacial.

La Luna es la que gobierna sus ciclos y su funcionamiento. Las estrellas son las que proveen el material que lo compone.

Todos, y todo, usted, yo, las rocas, el mar, el cielo…

Todos estamos hechos de material que se cocinó previamente en las estrellas
y que las supernovas de antaño distribuyeron por todo el universo.