Doña Argenta – El Palacete – Cuevas de Almanzora

Allá por el año 1838 se descubrió en la sierra de Almagrera en Cuevas del Almanzora una de las minas de plata más ricas de Europa. Y no fue la única. En los siguientes años se descubrieron varias más.
Todo este esplendor duró unos cincuenta años, hasta 1889.

Parecía que el destino daba un respiro a las postrimerías del imperio español, que estaba perdiendo aquellas preciadas posesiones de América que osaban independizarse. España no sabía cómo integrar su arcaica mentalidad de antiguo régimen con el naciente liberalismo inspirado en la revolución francesa e industrial. El futuro era incierto para todos, pero la la plata de ese recóndito lugar en el que sus habitantes vivían en agujeros excavados en las faldas de sus montañas, afianzó durante unos años más los tumbos que daba el progreso de España.

Doña Argenta fue hija de esas nuevas fortunas de Cuevas del Almanzora que vieron el valor de sus acciones multiplicarse exponencialmente y no sabían ni qué hacer con el dinero.

No podían irse del lugar y descuidar sus preciosas minas de plata y plomo, la fuente de sus vanidades, por mucho que desearan pavonearse por las grandes ciudades con ostentación y dispendio.
Así que optaron por traer las ciudades a su pueblo.

Construyeron palacetes, jardines, enormes casas que ocupaban manzanas enteras, trajeron el teatro, el casino, un club social, y una colegiata que no llegó a catedral por falta de obispo.

Doña Argenta aprendió desde niña a sentirse el centro del mundo. No le faltaban sirvientes ni caprichos.

¿Para qué estudiar, cultivarse o leer si ya lo tenía todo?

Un buen marido, eso sí le faltaba. Y siempre le faltaría.

Se casó con un noble de esos que tiene algo de apellido y nada en el bolsillo, que poco aguantó la vida retirada de ese pueblo, y se marchó a hacer fortuna a las Américas, o más bien se escapó con la fortuna que pilló a donde nadie pudiera reclamarle.