Doña Alaia – El Palacete – Cuevas de Almanzora

La impronta de las tierras que ocupa Cuevas del Almanzora es muy antigua.

Fue un relevante enclave fenicio, formó parte del Imperio Romano, de Al-Ándalus, y finalmente se integró a España, aunque olvidada como un inoportuno pariente de visita.

La orografía de la región contribuyó a su aislamiento. Una costa algo inhóspita custodiada por montañas.

No tremendas, pero suficientes. Sin embargo, esta situación de abandono acabó jugando en su favor, ya que la libró de la implacable especulación turística e inmobiliaria que asoló el resto de las costas españolas y las convirtió en una gigantesca urbanización costera, excepto Cuevas del Almanzora, Vera, Mojacar, Carboneras y el Cabo de Gata, que aun conservan su sabor de siempre. Sus gentes se acostumbraron a vivir por si mismos, a comerciar entre ellos, y a sentirse orgullosos de sus pueblos.

Y en el caso de doña Alaia todavía más.

Doña Alaia tenia ascendencia fenicia desde incontables generaciones. No se podía demostrar, pero se le notaba.

Doña Alaia se crio entre puestos de mercadillo igual que su madre, y su abuela, y la abuela de su abuela.

Les encantaba comerciar, y recorrer los pueblos de mercado en mercado con los productos que recolectaban por la región.

Doña Alaia, una mujer donde las haya, de esas que la historia suele ignorar con premeditada alevosía, organizó puestos en distintos mercadillos. Se casó con varios hombres de quienes se divorciaba si no daban la talla y trabajaban tanto como ella. No aceptaba rémoras en su familia. Ninguna. A quien trabajaba, fuera hijo, sobrina, cuñado o amigo le recompensaba con un puesto o productos para que se independizara.

¡Siembras más competencia! La acusaban.

Sin embargo, alimentó la riqueza del lugar e hizo más grandes los mercados.

Doña Alaia repartió toda su riqueza y herencia en vida entre quienes creyó que lo merecían.

Y siempre fue feliz y tuvo de todo porque necesitaba poco, le gustaba su trabajo, ayudaba mucho y la querían más.